jueves, 19 de noviembre de 2015

El epígrafe de consagración de la iglesia del monasterio de San Pedro de Montes - En torno a sus fuentes literarias y sus fundamentos ideológicos y políticos


La célebre inscripción de San Pedro de Montes es uno de los testimonios más interesantes para el conocimiento, no sólo de la historia inicial de este importante cenobio berciano, sino de los pormenores de todo el proceso de repoblación monástica que se desarrolló en las tierras de la cuenca del Duero entre los siglos IX y XI.
Contamos ya con referencias a este monumento epigráfico en la bibliografía desde el siglo XVI. Ambrosio de Morales en su "Crónica general de España" atribuye su autoría a San Genadio, y dice que "habiendo edificado la iglesia que agora dura, lo dejó todo especificado en una gran piedra que mandó poner a la puerta por donde se entra desde el claustro" . 
El cronista de Felipe II vuelve a ocuparse del asunto en su “Viage”, concretamente al hablar de los orígenes del cenobio: “En el claustro a la entrada de la iglesia en una losa está escrito lo siguiente, fielmente sacado con sus malos latines de entonces”. A continuación, ofrece la primera lectura conocida del epígrafe . A partir de entonces el texto fue reproducido por numerosos autores, como Yepes, Sandoval, Gregorio de Argaiz, Rodríguez de Castro, Flórez, Quadrado, Hübner, Gómez Moreno, Fernández Pousa, etc .
El epígrafe se encuentra situado en el lado izquierdo de la portada románica, hoy cegada, que comunicaba la parte norte de la iglesia con el Claustro reglar o "Claustro de los arcos", reformado en el siglo XVII. La piedra está encastrada en el contrafuerte exterior a media altura.
Es un tablero rectangular de mármol blanco de 101 x 46 cm. El estado de conservación es bastante bueno, aunque se observan algunos desperfectos que no impiden su lectura completa. Su campo epigráfico está rebajado y delimitado por una moldura rota en el ángulo superior izquierdo y sobretodo en el superior derecho. En este último sector la rotura parece ser anterior a la preparación de la lápida, pues las tres primeras líneas del texto se alejan del comienzo de la moldura y terminan justo antes del corte de la piedra.
El texto ocupa todo el espacio disponible, con unos márgenes muy reducidos con respecto a la moldura. Consta de nueve líneas y está escrito en capitales de cuerpo estilizado y factura no muy regular. En palabras de Gómez Moreno sus caracteres son “desgarbados semimozárabes” y “poco elegantes del siglo X ”. 
Sus tipos se alejan de las líneas rectas propias del corte clásico. Por el contrario, las letras son algo curvadas y siguiendo la tradición de la escritura altomedieval varían de tamaño en función de las necesidades de espacio de su artífice. Además, se emplean con frecuencia las abreviaturas, las ligaduras y algunas letras están embebidas o ajustadas.
La caligrafía utilizada es muy variable, con el uso letras iguales bajo diferentes diseños. Entre los aspectos particulares hay que destacar la aparición de la “T” de tipo clásico, o con el bucle en su ápice izquierdo, rasgo que se ha venido identificando como característico de lo “mozárabe”. La “A” suele sustituir su ángulo superior por un rasgo recto horizontal. En la “N” el trazo oblicuo muere a media altura, mientras que hay alguna “N” coja, esto es con su trazo derecho que no apoya en la línea de la caja. La “P” en unos casos es cerrada y en otros tiene su parte curva ligeramente abierta. La “O” es generalmente de tendencia ovalada, pero alguna de ellas es de clara forma romboidal.
El lapicida se sirvió de renglones como ayuda y utilizó interpunción de dos puntos para separar algunas palabras. La línea central, la quinta, tiene un tratamiento especial, con un mayor cuerpo de letra y una caligrafía algo más esmerada. Esta línea actúa como eje de simetría, no sólo en lo material, sino también del contenido, pues se pretende así resaltar el acontecimiento central de todo el discurso narrativo: la construcción de un nuevo templo por el obispo Genadio.
El objeto principal de la inscripción es conmemorar la consagración de la nueva iglesia por cuatro obispos el 24 de octubre del año 919. Pero este acontecimiento está precedido por un largo preámbulo, en el que se hace una recapitulación de las diferentes fases constructivas del monasterio y el templo desde los tiempos de San Fructuoso, su primer fundador.
En la “narratio” se utiliza en todo momento la tercera persona y el pasado, y los verbos tocantes a las diferentes acciones constructivas se llevan a la parte final de cada uno de los versos: “condidit”, “dilatabit”, “restaurabit” y “erexit”. Cada una de las fases o momentos de la fundación, restauración y renovación del monasterio ocupan una o dos líneas completas, a excepción de la consagración que se extiende por las tres líneas finales.
Parece, por tanto, que hay una cierta cadencia rítmica. Esta circunstancia ya fue advertida por Maurilio Pérez González, para quien esta inscripción, junto con la de San Martín de Castañeda, "su prosa también parece tener carácter rítmico o, al menos, pretende tenerlo".

La transcripción y su traducción son las siguientes:

INSIGNE MERITIS BEATVS FRVCTUOSVS POSTQVAM COMPLVTENSE CONDIDIT /
CENOBIVM: ET N(omin)E S(anc)C(t)I PETRI BREBI OPERE IN HOC LOCO FECIT ORATORIVM:/
POST QVEM NON INPAR MERITIS VALERIVS S(an)C(tu)S OPVS AECLESIE DILATABIT/:
NOBISSIME GENNADIVS, PR(e)SB(i)T(e)R CVM XII FR(atr)IB(u)S RESTAURABIT ERA DCCCCXXX IIIA /
PONTIFEX EFFECTVS A FVNDAMENTIS MIRIFICE VT CERNITVR DENUO EREXIT/
N(on) OPPRESSIONE VVLGI SED LARGITATE PRETII ET SVDORE FR(atr)VM HUIS MONASTERII/
CONSECRATUM E(st) HOC TEMPLV(m) AB EPI(scopi)S IIIIOR: GENNADIO ASTORICENSE: SABARICO /
DVMIENSE: FRVNIMIO LEGIONENSE: ET DVLCIDIO SALAMANTICENSE: SVB ERA /
NOBIES CENTENA: DECIES QVINA: TERNA: ET QVATERNA: VIIIIO K(a)L(en)D(aru)M: N(o)B(e)MBR(u)M/

“El bienaventurado Fructuoso, insigne en méritos, después de fundar el cenobio Complutense, también hizo un oratorio pequeño en este sitio, con nombre de San Pedro. Después de ello, el no inferior en méritos y santo Valerio amplió el edificio de esta iglesia. Modernamente, Genadio, presbítero, con doce frades, lo restauró en el año 895. Una vez hecho obispo, erigiólo de nuevo desde sus cimientos admirablemente, como se echa de ver, no mediante opresión del pueblo, sino con grande costa y con sudor de los frades de este monasterio. Fue consagrado este templo por cuatro obispos: Genadio, astoricense; Sabarico, dumiense; Frunimio, legionense, y Dulcidio, salamanticense, en 24 de octubre del año 919".

El relato es muy interesante, porque permite acercarse a las fuentes utilizadas por los artífices de este documento epigráfico para componer su discurso. Varias de estas fuentes pueden ser identificadas de forma precisa, lo cual hace de esta lápida una pieza singular en comparación con otros epígrafes altomedievales. A través de ella podemos comprender mejor las motivaciones ideológicas y políticas presentes en las fundaciones y restauraciones de monasterios, tan frecuentes en el reino de León entre los siglos IX y XI. Los hitos principales de este relato serían los siguientes:

1. Fundación de un oratorio dedicado a San Pedro por San Fructuoso, después de haber fundado el monasterio de Compludo.
“Insigne meritis beatus Fructuosus postquam complutense condidit cenobium et nomine Sancto Petri brebi opere in hoc loco fecit oratorium”.

La información que nos suministra el comienzo de la inscripción (primera y segunda línea) está basada fundamentalmente en la “Vita Fructuosi”, uno de los grandes patriarcas del monacato visigodo del siglo VII. El relato se nos ha trasmitido en varios códices medievales incluidos en la compilación hagiográfica hecha por Valerio del Bierzo. En un principio su autoría fue atribuida por casi todos los editores antiguos al propio Valerio, pero en la actualidad, gracias sobretodo a los estudios de Manuel C. Díaz y Díaz, la obra se considera de algún seguidor de Fructuoso, probablemente monje, y residente en alguna de sus fundaciones .
En la “Vita” se emplea repetidamente los tratamientos de “beatissimum” y “sanctissimus”para referirse a Fructuoso y, tal y como se recuerda en nuestra inscripción, se habla de esta fundación como hecha poco después de la de Compludo. Sin embargo, en la “Vita” no se indica la advocación de este “oratorio”, sino que se alude al monasterio “Rufianense”, donde Fructuoso vivía recluido en un edículo o “ergástula” . Para la mayoría de los autores este hecho se habría producido hacia el año 640, y la fundación primigenia tendría más un carácter de eremitorio, orientado al retiro y a la vida contemplativa, que de un monasterio propiamente dicho.
Sabemos, por otras fuentes, que Genadio conoció la "Vita Fructuosi" y los escritos de Valerio en su juventud, desde los mismos inicios de su formación como monje en el monasterio de Ageo . Es a través de la lectura de estos relatos hagiográficos como los monjes de Ageo se sienten atraídos por la tradición eremítica y cenobítica de las montañas del Bierzo, y proyectan la restauración del monasterio de San Pedro de Montes, fundado por San Fructuoso en el siglo VII.
En el documento conocido como “Testamento de San Genadio”, el obispo astorgano al recordar su juventud en el monasterio de Ageo, dice de San Pedro de Montes: "que primero fue habitado por San Fructuoso, y después por San Valerio, cuyas santas vidas y resplandor de sus virtudes y milagros, declaran las historias que de ellos hay escritas". Este importante documento, fundamental para el conocimiento de la vida de Genadio, suele fecharse en torno a los años 915, 919 ó 920, pero los detalles suministrados sobre su estancia en el monasterio de Ageo tienen que remontarse necesariamente antes del año 895. Frente al “insigne meritis con que es presentado Fructuoso en la inscripción, en el “Testamento” Genadio se autodefine como “pauper meritis, abundans scelirubus, indignus episcopus” .
En el monasterio de San Pedro de Montes se conservaron durante mucho tiempo una serie de libros atribuidos a la colección privada de Genadio. Ambrosio de Morales alcanzó a verlos en el siglo XVI, y los identifico con la biblioteca que el santo había donado en su “Testamento”a los monasterios bercianos de San Pedro, San Andrés, Santiago y Santo Tomás. En palabras de Morales: “todos son de letra gótica, tan antigua que manifiestamente muestran como son los mismo que el Santo dexó ... pues son como reliquias, en consideración que el Santo los trató mucho, y estudió en ellos”. Entre los ejemplares descritos se menciona una “Vita Patrum, deshojado, tienen las Vidas de San Paulino, Santo Agustín, San Gerónimo, y pocas más, fue gran volumen” . Independientemente de que este libro hubiera pertenecido o no al obispo astorgano hay que señalar que estas piezas hagiográficas son partes integrantes de la compilación de Valerio.

2. Ampliación de la iglesia por San Valerio.
“Post quem non inpar meritis Valerivs sanctus opus aeclesie dilatabit”.

El contenido de la tercera línea de la inscripción se fundamenta específicamente en los escritos autobiográficos de Valerio. En ellos el monje berciano ofrece pormenores de su llegada al monasterio y su estancia durante muchos años en la misma celda en la que había habitado antes San Fructuoso. En estos textos el monasterio es denominado "Rufianense", como ya se hacía en la "Vita Fructuosi".
El nombre de “Rufianense” haría alusión al poseedor de un antiguo “castillo” situado en las inmediaciones. Así en el "Ordo querimonie prefati discriminis" leemos: "En el límite del territorio del Bierzo, entre otros monasterios, junto a un castillo cuyo antiguo propietario le diera el nombre de Rufiana, hay un monasterio entre unos valles de elevados montes, fundado tiempo atrás por San Fructuoso de bendita memoria, en que la divina piedad me colocó para permanecer para siempre" .
Pero tanto Genadio, como sus compañeros, pudieron deducir la advocación del cenobio a los santos apóstoles Pedro y Pablo a través de la lectura de los textos de Valerio, pues en uno de los pasajes de sus obras dice que “celebraba el oficio ... en el santo altar de los apóstoles” y “de la construcción y obra allí junto al altar de los santos apóstoles, se ha escrito brevemente en la historia anterior”. Por otra parte, uno de sus poemas está dedicado expresamente a San Pedro y San Pablo: “Conversio deprecationis ad Sanctos Apostolos”  .
Respecto a la ampliación de la iglesia por Valerio no encontramos una referencia específica en sus obras, pero sí hay mención a obras de ampliación de las estancias monacales y del huerto inmediato construido en el atrio. En "Replicatio sermonum a prima conversione" se dice que su sobrino Juan "en aquel páramo plantó viñas, una huerta y muchos frutales de distintas clases, y puso los cimientos para unas habitaciones, y se ocupa de que todo lo que sea necesario en uno y otro lado vaya adelante". En cuanto al atrio: "...con la ayuda de Dios, poco a poco, se allanó gracias al trabajo de unos jornaleros un estrecho, pero suficiente espacio para un pequeño atrio" .
Por tanto, esta "ampliación" de la iglesia por Valerio, tal y como se registra en el epígrafe, pudo basarse en la lectura de estas fuentes. Pero también debe considerarse la interpretación de los restos constructivos que probablemente perduraban del antiguo monasterio visigodo a finales del siglo IX. A fin de cuentas, la ruinas que encontraron los monjes repobladores pertenecerían a los últimos edificios habitados por Valerio, cuya muerte suele fijarse en torno al año 695.
Varios restos constructivos altomedievales se conservan actualmente en el último cuerpo de la torre de la iglesia monacal. Su cronología no puede precisarse, pues se trata de fustes de columnas y capiteles de mármol que podrían haberse utilizado tanto en la fundación visigoda como en el monasterio repoblado por Genadio . A estas piezas deben añadirse otras que se reaprovecharon en la portada de la próxima ermita de la Santa Cruz, entre ellas un posible fragmento de cancel visigodo .

3. Restauración por el presbítero Genadio en el año 895.
“Nobissime Gennadius presbiter cum XII fratribus restaurabit era DCCCCXXX IIIa”.

Las acciones acometidas por el presbítero Genadio, con la colaboración de doce "fratres", son muy escuetas y se resumen a través del verbo «restaurar». Esta cuarta línea está precedida con la expresión “nobissime”, no habitual en los diccionarios del latín clásico. Con este término se quiere establecer una cesura temporal entre el pasado visigodo de San Pedro de Montes y las iniciativas repobladoras de los siglos IX y X.
Los detalles de esta "restauración" se corresponden nuevamente con el relato del llamado “Testamento de San Genadio”, en el que describe, efectivamente, como Genadio, en compañía de doce hermanos salió del monasterio de Ageo para “restaurar” las ruinas del antiguo monasterio de San Pedro de Montes: “viviendo en la obediencia de mi padre y abad Arandiselo en el monasterio de Ageo, ansioso de la vida solitaria, con otros doce hermanos, y la bendición de mi viejo abad, caminé al desierto de San Pedro, que primero fue habitado por San Fructuoso y después por San Valerio”.
El uso del verbo “restaurar” tiene en nuestra lápida un marcado componente ideológico que debe ser analizado. Desde que Astorga fue repoblada de una manera definitiva por Ordoño I, hacia el año 854, e integrada en los organigramas de la monarquía astur, debió crearse una circunscripción basada en la tradición romano-visigoda y en la organización eclesiástica. En consonancia con lo que se ha venido en llamar “neogoticismo” astur se restaura el obispado y se establece un marco político-territorial en el que el Bierzo tiene una personalidad propia muy definida.
Esta actividad restauradora es común a gran parte de los territorios del reino, donde los ejemplos se multiplican. La “Crónica Albeldense”, al referirse a las iniciativas políticas y religiosas de Alfonso III, dice: “Todos los templos del Señor son restaurados por este príncipe, y en Oviedo se edifica una ciudad con palacios reales” .
La repoblación de Astorga supuso la recuperación de los territorios del viejo obispado, donde, además de las labores de colonización agraria, se fundan o se restauran iglesias y monasterios. Todo este ambicioso programa político contó lógicamente con la dirección, impulso y apoyo de los reyes asturleoneses.
María Concepción Cosmen Alonso ha recopilado algunos testimonios de estas “restauraciones” localizadas dentro del territorio de la diócesis. El monasterio de San Dictino de Astorga, situado fuera de las murallas, fue rehabilitado como residencia episcopal y su templo “venerabilis ecclesia vetusto fundamine” restaurado y dotado por el obispo Fortis en torno al año 925. El mismo camino seguirá el monasterio de San Pedro de Forcellas, ubicado en la zona montañosa de La Cabrera, que fue donado por el rey Ramiro II en el año 935 al obispo Genadio para que “como estaba destruido» lo restaure y ponga en él una comunidad regular”. San Martín de Castañeda fue rehecho desde los cimientos, sobre un pequeño edificio anterior dedicado a San Martín. Al lado de estos ejemplos la iglesia de Villanueva de Valdueza fue “facta et restaurata” por el obispo Ranulfo a fines del siglo IX, el oratorio de Santa Cruz de Montes reedificado en el año 905 y el cenobio de Santa Leocadia de Castañeda, junto al Sil, rehecho en torno al 916.
Estas “restauraciones” se hicieron sobre la base de viejos edificios arruinados, de los que los “restauradores” conocen su pasado con mayor o menor precisión. Los nuevos templos y monasterios muy probablemente reaprovecharon elementos constructivos de las fundaciones anteriores. Como señala José Alberto Moráis Morán la reapropiación selectiva y particular de los restos materiales de las construcciones del pasado, con la voluntad expresa de reutilizarlas en los nuevos contextos materiales del medievo, posee un claro antecedente en la edilicia tardoantigua .
En este aspecto, y en otros, la lápida de San Pedro de Montes guarda importantes similitudes con los monumentos epigráficos de San Miguel de Escalada y San Martín de Castañeda, pues en los tres casos se acomete una "restauración" sobre la base de un asentamiento cristiano anterior. Sin embargo, en Castañeda y Escalada se restauran templos de los que apenas se recuerda su pasado, porque seguramente los monjes no disponen de información al respecto. Solamente se consigna su antigua advocación (San Martín o San Miguel). Pero en Montes hay un conocimiento mucho más detallado, y guiados por la tradición visigoda identifican las ruinas que encuentran los repobladores con una de las principales fundaciones fructuosianas: el monasterio Rufianense. Se quiere así recuperar, por motivos ideológicos, el pasado mítico y prestigioso del eremitismo y monasticismo del siglo VII y, de este modo, hacer realidad el proyecto político del “neogoticismo” del reino asturleonés”.
Gómez Moreno ya advirtió relaciones evidentes entre las tres fundaciones, en particular en el uso de expresiones equivalente como “brevi opere”, “miro opera a fundamine... erigitur”, “non oppresioni vulgo sed... fratrum instante vigilantia”, etc. Para el erudito granadino estás concordancias venían a confirmar sus teorías sobre el gran peso de lo “mozárabe” en el arte hispano altomedieval, sospechando si también andarían en la reconstrucción de San Pedro de Montes andaluces . A estos tres ejemplos habría que añadir el epígrafe del monasterio de San Salvador de Tábara, donde nuevamente encontramos expresiones equivalentes como: “non copia rerum fretus sed divino ubamine” .
En cualquier caso, esta parte del relato de nuestra inscripción se contradice con los primeros documentos del “Tumbo de San Pedro de Montes”. En ellos se otorga un gran protagonismo al obispo astorgano Ranulfo en la fundación o restauración del monasterio. Estos textos ofrecen algunas dudas sobre su cronología y autenticidad, pero como ya advirtió Mercedes Durany Castrillo, en ellos es Ranulfo quien entrega a los monjes los terrenos anexos de la nueva fundación, y ordena a Genadio abad de la comunidad monástica .
Uno de estos documentos está datado precisamente en el año 895, y en él el obispo astorgano dona a la comunidad de Montes la iglesia y concede unos términos que delimita: “Yo Ranulfo, obispo indigno, ... traté de edificar en honor de vuestra gloria, mi señor San Pedro, un monasterio de monjes [...] concedo y doy a San Pedro, la misma iglesia ya mencionada con todas sus inmediaciones la cual está dentro del término del Bierzo, junto al río Oza, entre los montes que llaman Aquilana, Rufiana y Peñalba” .

4. Renovación, desde los cimientos, por Genadio después de haber sido nombrado obispo.
“Pontifex effectus a fundamentis mirifice ut cernitur denuo erexit non oppressione vulgi sed largitate pretii et sudore fratrum huis. monasterii”.

La quinta y sexta líneas de la inscripción se detienen ahora en la construcción de un nuevo templo "a fundamentis", una obra de envergadura objeto de la admiración de los visitantes. Esta empresa habría sido acometida por Genadio tras ser nombrado obispo de Astorga. Este dato nos permite hacer alguna precisión cronológica, pues los biógrafos de Genadio suelen situar su episcopado entre los años 899 y 920.
Nuevamente, el contenido de esta parte del relato se asemeja a lo conocido a través del "Testamento" de Genadio: "me colocaron en la silla episcopal, donde estuve muchos años, más por obediencia al príncipe, que por propia voluntad, si bien ni aun casi corporalmente vivía allí. Poniendo toda mi solicitud y fuerzas en el dicho desierto, amplié con nuevos edificios la iglesia de San Pedro, que poco antes había restaurado, y como mejor pude la mejoré".
En ambos textos es a Genadio a quien se atribuye específicamente la construcción de la nueva iglesia. Su condición de obispo implica la inclusión del monasterio de Montes en las estructuras administrativas eclesiásticas, pero también de alguna manera en la organización política del reino asturleonés, pues no olvidemos que los reyes tenían una gran influencia en los nombramientos de los prelados, como se pone de manifiesto en época de Alfonso III con los obispos Froilán (León), Atilano (Zamora) o el propio Genadio de Astorga.. 
La expresión “a fundamentis” aplicada a la nueva iglesia, esto es, desde los cimientos, tiene un claro cometido simbólico. Se quiere remarcar la construcción de un nuevo edificio y vendría a justificar la posterior consagración del templo, ya que si se hubiera tratado de la simple reforma, ampliación o reparación de una iglesia anterior no sería procedente celebrar el rito de la consagración, pues ésta ya habría sido consagrada con anterioridad.
Nuestro epígrafe introduce a continuación una valoración estética sobre la calidad de la nueva construcción: “mirifice ut cernitur”. El comentario recuerda la descripción de la iglesia de San Tirso de Oviedo que introduce el autor de la versión “A Sebastian»”de la Crónica de Alfonso III”: “obra cuya belleza más puede admirar quien esté presente que alabarla un cronista erudito”. Para Víctor Nieto Alcaide este tipo de alabanzas contrasta con la suposición, generalmente admitida, de la estimación exclusivamente simbólica y religiosa que se ha supuesto en los hombres de la Edad Media con respecto a las obras de arte .
Sea como fuere, el “Tumbo”, elaborado en su núcleo principal en el siglo XIII, nos muestra una tradición sobre la historia del monasterio que se remonta a tiempos visigodos y que coincide en los aspectos fundamentales con el relato de la inscripción. Como ya apuntó Manuel C. Díaz y Díaz, tuvo que existir algún tipo de continuidad que explicaría la conservación en la memoria colectiva del emplazamiento y la advocación de los títulos de la iglesia. Para este autor resulta a todas luces inadmisible que por aquellos riscos desérticos y casi inaccesibles hubieran pasado, como suponen algunos, los “árabes invasores, responsables que serían del despoblamiento y posterior olvido”.

5. Consagración de la iglesia por cuatro obispos el 24 de octubre de 919.
“Consecratum. est hoc templvm ab episcopis IIIIor, Gennadio astoricense, Sabarico dvmiense, Frvnimio legionense, et Dvlcidio salamanticense, svb era nobies centena decies qvina terna et qvaterna VIIIIo kalendarurum nobembrvm”.

Esta es la parte de la inscripción que da sentido a todo el discurso anterior, pues su verdadera naturaleza es narrar la historia de las fundaciones y restauraciones de San Pedro de Montes, para consignar, por último, la consagración de la iglesia monástica. Por ello, es la parte más extensa, extendiéndose por las tres últimas líneas.
En el texto encontramos los elementos principales que identifican en época altomedieval una “consecratio”: aparición del verbo "consecrare", advocación o advocaciones del templo, mención del obispo u obispos oficiantes con la indicación de las diócesis que rigen y, por último, datación con el día, mes y año en que se lleva a cabo.
Artemio Martínez Tejera propuso la denominación de "Monumenta consecrationis" para definir aquellas inscripciones que incluyen no sólo los rasgos propios de las "consecrationes", sino también de las denominadas "monumenta", que recogen la construcción, reedificación o reforma de un edificio o de alguna de sus dependencias, generalmente de un edificio cultual. Para Vicente García Lobose trataría de “Monumenta aedificationis”, pues con motivo de un acto solemne (dedicación, consagración, restauración, etc.) se da cuenta de una serie de hitos o momentos en la historia del edificio o la institución . Posteriormente, junto con Mª Encarnación Martín López, ha propuesto una clasificación más específica de los “monumenta”, con las subcategorías de “ampliationis”, “dotationis”, “fundationis” y “restaurationis” .
En los aspectos formales, la caligrafía utilizada y sus concordancias gramaticales con otras inscripciones similares indican que su confección es contemporánea de la propia consagración, o hecha poco tiempo después.
Sobre esta cuestión Gómez Moreno defiende que “debió esculpirse a raíz de la consagración susodicha, que principalmente conmemora”. Sin embargo, algunos autores consideran el epígrafe bastante más tardío, llevándolo al siglo XI o incluso al siglo XII. Flórez es el primer autor que duda de su antigüedad, pues dice que "este monumento, aunque no sea del tiempo de San Genadio, fue puesto en su monasterio por memorias propias de la Casa, y como útil para algunas materias le reproducimos". En la misma línea se manifiesta Augusto Quintana Prieto, para quien la lápida fue erigida bastantes años después.
Los primeros editores erraron en la fecha. Tanto Morales como Yepes  dan una cronología más temprana (Era 944, año 906), basada en una mala interpretación de la forma de consignar la data. Como ocurre con otros epígrafes altomedievales la fecha se enmascara baja una fórmula retórica que puede confundir al lector contemporáneo: "sub era nobies centena, decies quina, terna, et quaterna”, esto es en la era nueve veces ciento, diez veces cinco, más tres y cuatro, era CMLVII”, año 919.
La consagración tuvo lugar en domingo, como se prescribía en la legislación de los concilios visigodos. El primer oficiante es el propio obispo de Astorga Genadio, a cuya diócesis pertenecían los territorios del Bierzo. Los otros tres obispos citados (Mondoñedo, León y Salamanca) se acomodan con la permanencia en sus sedes en la fecha consignada (el 24 de octubre de año 919).
El orden en el que aparecen estos prelados no es casual, se corresponde con la antigüedad en el disfrute de su diócesis, lo cual es un elemento que confirma la observancia de las tradiciones de la iglesia hispana y la precisión de la información contenida en la lápida. Genadio es el más antiguo, pues según los episcopologios más fiables comenzó a pontificar en el año 899. Le siguen Sabarico (900-922), Frunimio (915-928) y Dulcido (916-920). Este estricto orden protocolario ya aparece documentado en los siete obispos consagrantes de la iglesia de San Salvador de Valdediós en el año 893 .
Respecto a la cronología parece claro que debe situarse en el siglo X y descartar, por tanto, las dataciones que la llevan al siglo XI o al siglo XII. Se podría hacer algunas precisiones en función del contenido y el tratamiento de los personajes citados en texto. Varias razones llevan a pensar que la inscripción fue confeccionada en vida de Genadio.
Por una parte, hay que señalar que la inscripción quiere resaltar la impronta deja por tres personajes clave en la historia del monasterio: Fructuoso, Valerio y Genadio. Fructuoso es calificado de “insigne meritis Beatus Fructvosus”, mientras que Valerio es presentado como “non inpar meritis Valerius sanctvs”. Sin embargo, al mencionar a Genadio este carece de epítetos laudatorios y se consigna únicamente su condición de “presbítero” y posteriormente de “obispo”. A pesar de ello Genadio es, sin duda, el gran protagonista del epígrafe pues se le menciona repetidamente y se destaca su labor como restaurador del monasterio, constructor de la iglesia y obispo consagrante.
Resulta difícil de asumir que una inscripción elaborada con cierta distancia cronológica por la comunidad de San Pedro de Montes no utilizara otros calificativos para referirse a un personaje tan querido para el monasterio. Esta circunstancia solamente puede explicarse porque Genadio aún vivía en ese momento y su participación directa o indirecta en la elaboración del monumento haría improcedente el empleo de tratamientos laudatorios.
Sabemos, además, que muy poco después de la muerte de Genadio, los documentos que hablan de él ya tienen una especial consideración hacia su persona, e incluso apuntan algún tipo de devoción o culto. Así en una donación al monasterio de Santiago de Peñalba, en 937, el obispo de Astorga, Salomón, se refiere a él como “in Christo pater meus beatae memoriae dominus Jennadius”. En 960 el obispo Odoario recuerda a “nuestros antecesores de divina memoria, don Genadio, obispo por la gracia de dios y don Fortis, obispo por la gracia de Dios”. En un documento de San Pedro de Montes de 1081 se dice que el monasterio “constructum est permanedum a sanctis Patribus Fructuosis, Gennadius et Valerius”.

Conclusiones

El epígrafe de consagración de la iglesia de San Pedro de Montes plantea interesantes reflexiones sobre las fuentes literarias utilizadas en su confección, así como sobre sus fundamentos ideológicos y políticos.
Para reconstruir el pasado visigodo del monasterio, los artífices del texto se basaron principalmente en la “Vita Fructouosi” y en los escritos autobiográficos de Valerio del Bierzo. Estos relatos eran conocidos por los monjes repobladores de San Pedro de Montes antes incluso de su llegada a tierras bercianas.
Los detalles sobre la restauración y edificación del cenobio por San Genadio son en gran parte coincidentes con el documento conocido como “Testamento” del santo obispo de Astorga, datado comúnmente hacia el año 915. Esta circunstancia nos lleva a plantear las relaciones entre ambos textos, la fijación de los años del pontificado de Genadio en Astorga y la posible fecha de elaboración de la lápida
Del análisis formal del epígrafe y de su propio contenido se deduce que este debe datarse, como ya hizo Gómez Moreno, en el siglo X y, probablemente, en fechas próximas al acto central que se pretende destacar: la consagración solemne del templo por cuatro obispos en 919. En cualquier caso, la forma de presentar y calificar a Genadio, sin ningún tipo de epíteto laudatorio, apunta a que este aún vivía en el momento en el que se erigió este importante monumento epigráfico.
La “restauración” de San Pedro de Montes formó parte de todo un programa ideológico y político promovido por la monarquía en el contexto del llamado “neogoticismo” del reino asturleonés. Esta circunstancia es común a la fundación y “restauración” de otras iglesias y monasterios, y explica las similitudes formales de lápida de Montes con otros epígrafes equiparables, como los de San Miguel de Escalda, San Martín de Castañeda o San Salvador de Tábara.

Portada sur de la iglesia conventual
La lápida empotrada en el contrafuerte
Detalle de la inscripción
Dibujo de la inscripción de San Pedro de Montes según Benjamín Martínez