El filósofo, pedagogo y ensayista andaluz Francisco Giner de los Ríos (1839-1915) tiene entre sus mayores aportaciones a la cultura española la de haber fundado y dirigido la Institución Libre de Enseñanza. Giner fue uno de los pocos intelectuales españoles que participó activamente en una renovación educativa, cultural y social en la España del último tercio del siglo XIX y principios de la centuria siguiente. Su esfuerzo por la innovación le llevó a incorporar y adaptar nuevas corrientes pedagógicas y científicas importadas del extranjero. Por todo ello, el estudio de su dilatada obra se antoja imprescindible para el conocimiento de la historia del pensamiento español contemporáneo.
En su obra recopilatoria "Arqueología artística de la Península" (Madrid, 1936) se recoge un selecto puñado de artículos publicados con anterioridad en diversas revistas hispanas. Así, de su visita al Bierzo dejó escrito un interesante trabajo dedicado a la iglesia mozárabe de Santiago de Peñalba". El texto procede originalmente de “La Ilustración Artística”, Barcelona, 1884, núm. 137.
"Santiago de Peñalva"
"El Vierzo o Bierzo -como por razón de su etimología debiera más bien escribirse- es la pequeña comarca, de unas cien leguas cuadradas, que forma el primero de los valles del Sil y circuyen las sierras de Ancares, Ornaña y Cebrero, tramos de la Cordillera Cantábrica, al N. y al O.; las montañas de León, con la sierra de Jistredo, al E.; y la Cabrera y los montes de Aguiar, al S. Húmeda, fresca, pero sin descender por lo común bajo cero; perpetuamente verde, ni por su situación, ni por su clima, ni por la raza, ni por las costumbres, ni por ninguna condición real, en suma, pertenece a la seca tierra castellana, de la cual se halla mejor defendida que de Galicia.
Por esto, si no conviene volver a la organización que por breve tiempo tuvo esta bella comarca hacia el primer tercio del siglo, en que constituyó una provincia aparte (uniéndole sin razón suficiente otros territorios limítrofes); y si en el carácter y usos de los bercianos se halla todavía cierto dejo leonés parece indiscutible que en ellos, y más todavía en la topografía de la región, predomina de tal suerte la afinidad con Galicia, que debe conceptuarse error el decreto administrativo, por cuya virtud se halla incorporada a la provincia de León, constituyendo extraño maridaje con el grave, seco, y un tanto bravío habitante de la no menos grave, seca y bravía tierra de Campos.
En su obra recopilatoria "Arqueología artística de la Península" (Madrid, 1936) se recoge un selecto puñado de artículos publicados con anterioridad en diversas revistas hispanas. Así, de su visita al Bierzo dejó escrito un interesante trabajo dedicado a la iglesia mozárabe de Santiago de Peñalba". El texto procede originalmente de “La Ilustración Artística”, Barcelona, 1884, núm. 137.
"Santiago de Peñalva"
"El Vierzo o Bierzo -como por razón de su etimología debiera más bien escribirse- es la pequeña comarca, de unas cien leguas cuadradas, que forma el primero de los valles del Sil y circuyen las sierras de Ancares, Ornaña y Cebrero, tramos de la Cordillera Cantábrica, al N. y al O.; las montañas de León, con la sierra de Jistredo, al E.; y la Cabrera y los montes de Aguiar, al S. Húmeda, fresca, pero sin descender por lo común bajo cero; perpetuamente verde, ni por su situación, ni por su clima, ni por la raza, ni por las costumbres, ni por ninguna condición real, en suma, pertenece a la seca tierra castellana, de la cual se halla mejor defendida que de Galicia.
Por esto, si no conviene volver a la organización que por breve tiempo tuvo esta bella comarca hacia el primer tercio del siglo, en que constituyó una provincia aparte (uniéndole sin razón suficiente otros territorios limítrofes); y si en el carácter y usos de los bercianos se halla todavía cierto dejo leonés parece indiscutible que en ellos, y más todavía en la topografía de la región, predomina de tal suerte la afinidad con Galicia, que debe conceptuarse error el decreto administrativo, por cuya virtud se halla incorporada a la provincia de León, constituyendo extraño maridaje con el grave, seco, y un tanto bravío habitante de la no menos grave, seca y bravía tierra de Campos.
Dejando a un lado los mil atractivos que esta encantadora región ofrece al viajero, por sus admirables paisajes, las comodidades de su clima y relativa suavidad de sus moradores, así como las muchas cosas de interés que brinda a los curiosos, me limitaré aquí a describir sucintamente uno de los más importantes monumentos arqueológicos que encierra.
En este respecto, es verdad que la provincia de León tiene un valor extremado. El influjo arábigo- cordobés sobre elementos latinos y bizantinos, tiene aquí ejemplares tales como San Miguel de Escalada y Peñalva; el románico, ora en sus albores, ora en su gradual evolución hacia el arte ojival, en San Isidoro, Carracedo, Sahagún, San Pedro de las Dueñas, Sandoval, Gradefes; el esplendor del gótico francés en la maravillosa catedral leonesa y en Villafranca, San Marcos, Astorga y otros centros, notables ejemplares del gótico florido, del Renacimiento y del plateresco.
En el primer grupo, he nombrado a la abadía de Peñalva, interesantísimo monumento del Vierzo, como que corresponde a un arte cuyos vestigios apenas comienzan hoy a estudiarse, siendo todavía desconocidos muchos de ellos; testigo, la iglesia de Lebeña, una de nuestras más grandes joyas arqueológicas, bien puede llamarse verdadera revelación de estos últimos años (1).
Santiago de Peñalva fué edificado por el obispo Salomón hacia la mitad del siglo X y con el piadoso intento de conservar allí los restos de San Genadio y San Urbano, que una centuria antes habían hecho vida penitente no lejos de aquel sitio -en la cueva llamada del Silencio-. Ante todo la situación del templo es admirable. Bien se llegue a él desde Bouzas, bien desde San Cristóbal, bien desde San Esteban, el paisaje es de primer orden, dentro del género propio de la región berciana: valles risueños y estrechísimos, montañas de rápida pendiente, copioso arbolado, y una abundancia de cascadas y arroyos sin igual en otras comarcas semejantes de Asturias, Santander y Galicia, y que mantiene en la vegetación indescriptible frescura.
En cuanto al templo, constituye con los ya citados de Lebeña, San Miguel de Escalada y quizá (2) San Juan de Baños, una de esas importantísimas construcciones en que los recuerdos clásicos se combinan con el influjo de la arquitectura árabe del califato, llevado por los monjes de Córdoba. En el siglo XII, sin embargo, ha sido objeto de una restauración; pero la obra románica no parece haber alterado la estructura fundamental del edificio, ni los principales elementos que le dan su característica fisonomía. Otras construcciones posteriores y sin importancia adosadas a sus muros, incluyendo en ellas la torre, desfiguran su exterior, en cambio; mas por su propia insignificancia, tampoco han podido causarle gran daño.
En el exterior llaman desde luego la atención la combinación de sus cuatro cuerpos de diversa altura, semejantes a las demás iglesias de este tiempo; los espléndidos canes, casi idénticos a algunos de San Miguel de Escalada, y más todavía a los de Lebeña; y unas pequeñas gárgolas, que a ser, como parecen, del siglo x, presentarían un interés difícil de desconocer, pues no suelen encontrarse en este tiempo. La distinta altura de los dos cuerpos que terminan el templo y envuelven los dos ábsides del E. y el O. depende de la reforma que este último ha sufrido al levantar su cubierta sobre una carpintería, mientras que el lado oriental conserva el simple trasdós de la bóveda.
La planta (3) es sumamente importante. La constituye un rectángulo, orientado en la dirección E.-O. y cada uno de cuyos lados menores tiene inscrito un ábside, que no se acusa por tanto al exterior, y un crucero hacia el extremo E., como de costumbre, cuyos brazos son algo mayores que el espacio que entre aquellos ábsides queda libre. Los cobertizos modernos que rodean el edificio por sus lados mayores ocultan dichos brazos, por tener casi el mismo vuelo que ellos.
La planta de los dos ábsides es de herradura; su situación, uno al E. y otro al O., como ya se ha dicho, muy extraña; sus dimensiones, idénticas; y están cubiertos por bóvedas agallonadas con aristas, en lo cual, como en la forma de la planta, recuerdan los ábsides de San Miguel de Escalada. El del E. es, sin duda, el principal, por más que hoy en ambos haya altares. Lo muestran así, no sólo su orientación, sino la circunstancia de tener delante y en el crucero la especie de cúpula de que hablaré más tarde. El ábside de Poniente contiene los sencillos sepulcros de San Genadio y San Urbano, el primero de los cuales está cubierto con una losa longitudinalmente dividida en dos vertientes por una arista poco pronunciada.
Por último, los arcos de triunfo o de ingreso a los ábsides son también de herradura y se apoyan sobre dos columnas exentas, coronadas por capiteles latinos con ábacos dobles o aun triples, que recuerdan los bizantinos, v. g., de Ravena. Igual forma y soportes tienen los arcos todos de este templo, variando sus dimensiones tan sólo.
Los brazos del crucero, como en Santa Cristina de Lena (aunque ésta es de planta de cruz griega), en Valdedios, en Priesca, en Santullano, etc., están formados por dos cámaras (convertidas hoy en sacristías), cubiertas por bóvedas de cañón recto, cuyos ejes son normales al de la nave, a fin de contrarrestar sus empujes; cada una de ellas comunica con ésta sólo por una pequeña puerta adintelada con su correspondiente arco de descarga, estructura también usual en los templos asturianos citados.
La nave tiene, próximamente, 11 m. por 5, y se halla dividida en dos tramos por dos pilares (correlativos a otros tantos contrafuertes en el exterior), con dos columnas exentas adosadas, sobre las cuales se alza un arco de herradura, que soporta a su vez un muro, corrido hasta la bóveda y perforado a su vez, como es frecuente en estos casos, por otro arquillo de herradura también.
De los dos tramos de la nave, el occidental está cubierto por una bóveda de cañón recto, contrarrestada por dos contrafuertes en el muro de cada lado. En el lienzo del S. se abre la puerta principal, formada por una doble arcada de herradura, cobijada dentro de otro arco de igual forma inscrito en un arrabá (como lo está también el del ábside del E.). En el exterior, se halla la pila que parece de una especie de cemento; y por dentro en este mismo muro, una inscripción de la segunda consagración de la iglesia en 1105; recientemente se ha destrozado esta entrada para colgar sobre ella una tribuna. Verdad es que cuando se considera en qué manos suelen hallarse estos monumentos, admira que quede algo de ellos en pie todavía.
En el muro del N., hubo una puerta, hoy tapiada, rectangular, con su arco de descarga y una inscripción de 1132, relativa al abad Esteban. Por fuera hay adosado a este mismo muro un sepulcro, que podría ser del XI.
El segundo tramo de la nave es cuadrado e importantísimo. Sube a gran altura y forma una especie de cúpula, cuya bóveda, agallonada como la de los ábsides, pasa de su planta a la cuadrada de la parte Inferior, en que descansa, no por medio de pechinas, Sino de ángulos, disimulando luego la arista cóncava que resulta con una suave transición de sentimiento y Una especie de archivolta. Sólo esta cúpula bastaría a dar a Peñalva uno de los primeros lugares en la historia de nuestra arquitectura, para la cual constituye un dato precioso.
Por último, las ventanas son pequeñas y rectangulares: sin embargo, en el dintel superior de alguna se advierte la forma de herradura; también debe citarse la losa perforada, hoy ciega, que se ve en el muro exterior del ábside de poniente.
No concluiré sin indicar que en esta iglesia quedaban todavía en el último verano una preciosa e intacta cruz procesional de plata grabada, del XV, y estilo flamenco, de las más hermosas que he visto (a cuyo varal, por cierto, sirve de peana -como es muy frecuente- un capitel latino), y una naveta de cobre esmaltado, tal vez de principios del XIII, ya maltratada. ¿Estarán allí todavía? La Comisión provincial de monumentos ya está advertida.
Como puede colegirse de estos ligerísimos apuntes, la abadía de Peñalva interesa de un modo fundamental para la historia de nuestra arquitectura, tan desconocida en realidad a pesar de la maravillosa constancia con que a propósito de ella se vienen repitiendo vulgaridades y lugares comunes que excusan de más severos estudios. Especialmente para la transformación de la arquitectura clásica en la románica, Peñalva constituye un dato tan importante, cuanto que en ella elementos latinos, (v. gr.: los capiteles); bizantinos, como el crucero y la cúpula; árabes, como las herraduras y las bóvedas agallonadas, se enlazan y dan lugar a un conjunto que cada día adquiere más valor. Los canes y las gárgolas son también interesantísimos".
(1) Situada a la orilla del Deva y casi en el magnífico camino de Unquera a Potes (Santander), la importancia de este templo ha pasado inadvertida mucho tiempo a nuestros arqueólogos; en el verano de 1880, el profesor de la Institución libre de Enseñanza, que pasó por este sitio, dirigiendo una excursión de alumnos de este centro, visitó el templo y quedó sorprendido de su importancia, llamando sobre ella la atención de sus compañeros, uno de los cuales, el señor Torres Campos, ha ido expresamente este verano a estudiarlo y se prepara a dar a conocer el resultado de sus investigaciones. (Las publicó, en efecto, en el interesante estudio: “La Iglesia de Santa María en Lebeña”, por R. Torres Campos, con dibujos de Juan B. Lázaro. Madrid, Fortanet, 1885. -N. de los Edits.)
(2) En el caso de que -según opinan algunos- la actual iglesia no sea la de Recesvinto, sino en gran parte una reedificación del X.
(3) Publicada con suma inexactitud por el P. Flórez en la “España Sagrada”.
1 comentario:
Es una alegría ver un nuevo artículo en este Blog.
Es de agradecer la preocupación por la divulgación cultural.
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