domingo, 28 de diciembre de 2008

El ajedrez de Peñalba - Tras las huellas de San Genadio

Piezas de ajedrez procedentes de la iglesia de Santiago de Peñalba (León)
Es bien sabido que la Península Ibérica fue una de las vías primigenias de penetración del ajedrez en Occidente. Inicialmente, a través de Al-Andalus y, a continuación, con la mediación de los reinos cristianos del norte. Los fluidos intercambios comerciales y culturales favorecieron la expansión de un juego que acabó convirtiéndose en una ciencia.
Aunque se suele señalar la India y el siglo VI como las coordenadas espacio-temporales del origen del ajedrez, las primeras referencias documentales a la práctica o conocimiento del juego en Occidente son netamente hispanas. Así en un testamento fechado el 28 de julio de 1008 en Tuixent (Lérida), el conde Armengol de Urgel I, legaba su ajedrez al convento de San Egidio: "...et ad Sancti Aegidici coenobio ipsa schacos ad ipsa opera de Ecclesia" (...y al cenobio de San Egidio dono aquellos mis trebejos de ajedrez para las obras de la Iglesia). Se cree que este monasterio debe identificarse con el de Sant Gilles, cerca de Nimes, una de las posesiones de los condados catalanes en aquella época. Se le atribuye al conde Armengol una gran inquietud cultural, y la defensa de una política aperturista hacia Europa. De hecho, realizó varios viajes a Roma y fomentó las peregrinaciones hacia Santiago de Compostela y Le Puy.
A partir del siglo XI, encontramos algunas referencias a ajedrecistas andalusíes en las crónicas árabes, que anteceden a un cierto esplendor literario sobre esta disciplina entre los siglos XII y XIII. Sirva como ejemplo la legendaria derrota del rey leonés Alfonso VI en un tablero de ajedrez frente al visir de Córdoba, Ibn Ammar. El desenlace de esta partida habría obligado al rey cristiano a retirar sus tropas del cerco de la ciudad.
Es durante el siglo XIII cuando el “scacis ludere” alcanza la categoría de una ciencia en los reinos hispanos. Un arte supremo que ocupa a nobles, clérigos y hasta reyes. Alfonso X el Sabio compila el famoso códice: "Juegos diversos de axedrez, dados, y tablas con sus explicaciones, ordenados por mandado del rey don Alonso el Sabio". El preciado manuscrito, hoy en la biblioteca de El Escorial, está fechado, según consta en su “explicit”, en Sevilla en 1283, un año antes de la muerte del monarca.
De la afición a este juego entre los miembros de la alta nobleza existen algunas referencias en las crónicas medievales. Según se relata en la “Crónica de Juan II”, el ajedrez sirve como cortina de humo para facilitar la fuga en 1448 de Alonso Pimentel, III conde de Benavente, de su prisión en el castillo de Portillo (Valladolid). El conde consiguió distraer al alcaide de la fortaleza jugando con él hasta la llegada de sus partidarios a rescatarle: "é guiólos el portero hasta donde estaba el Conde jugando al axedrez con Diego de Ribera. El Conde había comenzado este juego é lo detenía, porque Diego de Ribera no anduviese por la fortaleza".
Una aportación también hispana al ajedrez, aunque más tardía, es el tratado de Ruy López de Segura: "Libro de la invención liberal y arte del juego del axedrez, muy útil y provechosa, assí para los que de nuevo quisieren deprender a jugarlo, como para los que lo saben jugar". Fue editado en Alcalá de Henares en 1561. El nombre de este ilustre ajedrecista está ligado a la denominada "apertura española" o "apertura Ruy López". En general, se considera que con esta apertura se concede a las piezas blancas una ventaja ligera y duradera. En la portada de su tratado se declara "clérigo, vezino de la villa de Çafra". Se le consideró el mejor jugador de su época. Esta información la confirma Sebastián de Covarrubias en su "Tesoro de la lengua castellana", donde en la voz "Zafra", entre otras cosas, dice: "Otra Zafra hay en Extremadura, donde hubo un muchacho que, siendo de muy poca edad, era tan gran jugador de ajedrez, que todos le reconocían la ventaja, y quedó el nombre del niño de Zafra".
La evolución de las reglas del juego de los 64 escaques, de la fisonomía y significado de sus piezas, y de su nomenclatura han sido glosadas en numerosas ocasiones por historiadores y ajedrecistas. Parece ser que hasta mediados del siglo XIII no se enfrentan en los tableros, en un principio de casillas monocromas, piezas blancas y piezas negras, sino piezas blancas y rojas. En el Museo de León se exhibe un magnífico tablero de madera taraceada, con incrustaciones de hueso, procedente del Palacio de los Condes de Luna. Su elaboración, en base a los emblemas heráldicos que cobija, debe situarse en el siglo XV.

Miniatura del Libro del Ajedrez de Alfonso X


Miniatura correspondiente al denominado "Gran Ajédrez" en la obra de Alfonso X. El tablero consta de 144 casillas y cada jugador dispone de 24 piezas.

Tablero de Ajedrez procedente del palacio de los Condes de Luna (Museo de León) [S. XV] 
Entre los ejemplares más lujosos y codiciados estaban aquellos confeccionados por los artesanos musulmanes en cristal de roca y marfil. Las piezas de marfil se coloreaban o se doraban, pigmentos que en la mayor parte de los casos se han acabado perdiendo. Por otra parte el marfil no siempre es estrictamente blanco en su tono natural, depende del veteado original del colmillo, así como de otros factores.
Objetos de marfil bajo todo tipo de formas y tamaños se conservaron en los más selectos tesoros medievales, junto con piezas de orfebrería, piedras y metales preciosos. El marfil era un material tan raro y codiciado como el propio oro o las piedras preciosas. A su carácter excepcional y legendario hay que añadir sus presuntas virtudes medicinales o como talismán, tal y como se describen en diversos tratados.
Los tesoros de las iglesias comienzan a exhibir figuras de ajedrez antes incluso de que la práctica del noble juego estuviera extendida por Occidente. Estas piezas pudieron ser concebidas en algún momento como parte integrante de un juego completo. Pero cuando se atesoran y exponen solemnemente forman ya parte de los relicarios asociados a los cultos más diversos.
La presencia de piezas de ajedrez en los tesoros de iglesias, catedrales y monasterios no es, por tanto, nada extraño en los siglos medievales. Como reliquias eran veneradas en Saint Denis unas piezas de marfil pertenecientes, presuntamente, a Carlomagno. Estas figuras habrían sido un regalo del Califa abasí Harun-el Rachid que reinó en Bagdad (789-809), personaje de leyenda y héroe de varios cuentos de Las mil y una noches.
La piezas de Peñalba han sido atribuidas por la tradición a los objetos y reliquias relacionados con la figura de San Genadio, y "que bien pudieron alcanzarle" en palabras de Gómez Moreno. Según otras opiniones tales piezas corresponderían a una suerte de prácticas adivinatorias llamadas "sortes sacerdotarum" e identifican al dueño de tales con el obispo-abad Salomón, y no con San Genadio. Los devotos las consideraron pertenecientes a un ajedrez, con el que el santo se entretenía en los momentos de ocio, jugando con sus compañeros de retiro espiritual. En la tradición popular fueron conocidas estas piezas como "bolos de San Genadio", pues por su tamaño reducido recordaban al juego tradicional berciano, creyendo que para tal fin eran utilizadas  por los monjes de Peñalba.
José María Luengo Martínez señalaba en 1961 que se conservaban en una de las sacristías y las describe como "cuatro fichas de marfil, que dicen pertenecieron a S. Genadio, y cabe en lo posible, a juzgar por su estilo. Son un peón, un alfil y dos roques -roto uno de ellos-, que se adornan con tres rayitas paralelas verticales y tangentes y radios en las caras superiores". 
En la misma línea del ajedrez de Peñalba están las tres piezas de cristal de roca de San Millán de la Cogolla o las ocho figuras (una torre, dos alfiles, dos caballos y tres peones) del llamado Ajedrez de San Rosendo. Estas últimas fueron primorosamente confeccionadas en cristal de roca fatimí y proceden del "tesoro" de San Miguel de Celanova, hoy en el museo de la Catedral de Orense. Las piezas fueron extraídas, al parecer, del primitivo sepulcro del santo gallego existente en Celanova hasta la segunda mitad del siglo XVII.
Dibujo y decoración de las piezas de ajedrez de Peñalba, según José María Luengo
Los cuatro marfiles, se conservaban en una de las sacristías de Peñalaba, pero en la actualidad, por motivos de seguridad, se custodian en Ponferrada. Pueden ser identificados con un peón, un alfil y dos roques —roto uno de ellos—, que se adornan con tres rayitas paralelas verticales y sendos grupitos de cinco círculos tangentes y radios en las caras superiores. El propio Gómez Moreno hizo a principios del siglo XX una primera descripción las mismas: "Dos son grandes, de caras rectangulares y formando como cóncavo por arriba, como unas supuestas de Carlomagno, y llevan circulitos grabados; las otras dos cilíndricas, rematando en semiesfera, con una o dos protuberancias por un lado y doblando la segunda pieza en tamaño a su compañera".

sábado, 20 de diciembre de 2008

San Clemente de Valdueza - Vestigios de una iglesia remota

San Clemente de Valdueza es un pueblecillo situado en el fondo de la cuenca del Oza, a la orilla del río y al pie del serpenteante camino que da acceso a los pueblos más emblemáticos del valle: Montes y Peñalba. En palabras del corresponsal de Madoz "situado en un estrechísimo valle, con muy poco cielo por la elevación de los montes que por derecha e izquierda le circundan". Continuando en dirección a Peñalba, a unos dos kilómetros, se reconocen los restos de la antigua Herrería de San Juan del Tejo. Hoy semiderruida, permaneció en activo hasta finales del siglo pasado.
El término de San Clemente perteneció desde antiguo al señorío del monasterio benedictino de San Pedro. Según los deslindes consignados en 1753 en las Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada su circunferencia ocupaba dos leguas y confinaba "al Oriente con los términos del lugar de San Cristóbal, Poniente y Norte con los del de Valdefrancos, y al Mediodía con términos de los lugares de Montes y San Juan del Tejo".

En la actualidad San Clemente es una pedanía perteneciente al Ayuntamiento de Ponferrada, a diez kilómetros aproximadamente de la capital del Bierzo. Hasta 1974 Valdueza constituyo un municipio con capital en San Esteban.
Su iglesia parroquial es un interesante edificio de portada barroca. Una inscripción conmemorativa señala el año de su conclusión: 1704. Se organiza esta fachada mediante arco apuntado moldurado, tal vez acoplado de un edificio anterior, por encima un óculo, una hornacina con un crucifijo medieval labrado en piedra y la espadaña.
Existió, no obstante, una primitiva iglesia que para algunos podría identificarse con aquel monasterio fundado en el siglo VII por Juan, uno de los discípulos predilectos de Valerio del Bierzo: "Posthec prefatus Iohannes ad radicem eiusdem montis deorsum sibi, opitulante Domino, nouum construit monasterium in quo eum episcopus ordinauit contra uoluntate sua presbyterum". (Tras esto, el Juan del que estoy hablando, con la ayuda de Dios en la falda del monte, por la parte de abajo, construyó un nuevo monasterio, en el cual el obispo, aún contra su voluntad, lo ordenó presbítero). Como vemos lo escrito referente a esta remota fundación deja mucho que desear en cuanto a precisión topográfica.
El amado discípulo de Valerio acabaría sus días de forma trájica poco después en este mismo lugar: "Posthec ad aucmentum doloris consueteque tribulationis mee, ille supradictus Iohannes meus discipulus, illius quoque magister primus, a quodam iniquissimo rustico ab ipso inuido persequente diabolo precipiter inpulso in predicto suo monasterio ante sanctum altarium in oratione postratus, est inpiissime et crudeliter capite truncatus". (Luego, para aumento de mi dolor y de mis continuas tribulaciones, el antes citado Juan, mi discípulo, y primer maestro de ése [Saturnino] fue degollado sacrílega y bárbaramente, cuando estaba postrado en oración ante el santo altar, en el monasterio suyo del que he hablado, por un salvaje campesino al que impulsó de repente a hacerlo el envidioso diablo perseguirdor".
San Clemente se menciona por primera vez de forma inequívoca en 992. En este año el obispo de Astorga, Gonzalo, hacía donación al monasterio de San Dictino de una villa que poseía "in Vergido quae vocitant Oza ad Santum Clementum ab integro cum omnia sua prestantia in ipsa villa terras, pratis, pascuis, etc".
En el valle del Oza parece que tuvo gran predicamento el culto a San Clemente desde los primeros siglos medievales, como atestigua su presencia entre las devociones consignadas en el epígrafe desaparecido de la ermita de la Santa Cruz de Montes de Valdueza. La expansión del culto en la Península a este supuesto mártir, y tercer sucesor de San Pedro al frente de la iglesia cristiana, se produjo en el siglo IX, relacionado con la difusión de una Passio tardía.
La primitiva iglesia se conserva desmantelada y convertida en cementerio. Se sitúa al pie de la ladera del monte, al otro lado del río, que debe ser sorteado por un pequeño puente. Forma un rectángulo, de 10'85 por 6'75 metros con un ensanchamiento cuadrado en el sur. Su fábrica se hizo a base de muros de 1'1o metros de grosor, hechos con lajas de pizarra. A principios del siglo XX conservaba aún rastros de pinturas, quizá del siglo XVI.
Su frente oriental se cierra en dirección algo oblicua, con pared llana, que no muestra apariencias de ser moderna, y en el sector occidental Gómez Moreno alcanzó a ver una ventana abocinada y con arco de herradura, "groseramente hecha, como todo", que situó en el siglo X. Ventanas así, en bajo, no eran costumbre a los pies de las iglesias, sino en su cabecera, de suerte que asalta la sospecha de si ésta iría dispuesta, contra la orientación de ritual, encarando su altar hacia poniente. De la traza de esta ventana dejo un sencillo boceto reproducido en sus "Iglesias Mozábes".
En la actualidad la visión de este vano resulta muy difícil e incompleta al encontrase el solar de la iglesia-cementerio relleno de tierra hasta una altura considerable. De la ventana, semienterrada, sólo es reconocible la parte superior del arco, compuesto de dovelas de pizarra de talla grosera e irregular.

jueves, 11 de diciembre de 2008

La Cueva de San Genadio - Eremitorios altomedievales en el Bierzo

La vida retirada en eremitorios es una constante asociada al florecimiento del monasticismo berciano en el siglo VII, y posteriormente durante su restauración del siglo X.
Menciona Valerio un ergastulo, estrecho y pequeño, en el que se recluyó más tarde Saturnino, abandonando a su mentor. A partir de este momento las calificaciones aplicadas por el maestro para referirse a su discípulo son ya negativas y con un cierto componente de rencor. De este reducto, al parecer próximo al templum dedicado a la Santa Cruz, apenas salía para los oficios diurnos y nocturnos, y para ofrecer los preceptivos sacrificios.

Vista del exterior de la Cueva de San Genadio
Son varios los momentos en los que se citan este tipo de receptáculos a propósito de la vida anacoreta y cenobítica en el Bierzo del siglo VII. Así, por ejemplo, en uno de los capítulos de la Vita Fructuosi se habla del pequeño y angosto ergastulum en que vivía el santo, próximo al altar del monasterio Rufianense. En otro ergástulo habitó durante algún tiempo Valerio, situado cerca del altar del monasterio de Castro Petrense, en el predio de Ebronato, construcción que se describe como un pequeño habitáculo. En base a todo ello, parece que el término ergastulo puede equiparase al de cellula, también presente en los escritos valerianos. Con algunas variantes en su significado aparece en otras fuentes hispano-visigodas, tanto con la connotación de prisión, habitáculo del monje en su monasterio, como también de lugar de retiro para eremitas y anacoretas en busca de aislamiento, o incluso como sepultura o enterramiento.
 Estado actual del interior de la cueva con el altar dedicado a San Genadio
Pero estas acepciones, en apariencia divergentes, evocan una misma realidad: un lugar de reclusión penitencial, una celda de reducidas dimensiones adecuada para la redención de culpas, bien sean de carácter espiritual o temporal. Su asociación con oratorios o santuarios para formar conjuntos rupestres o semirupestres debió ser una constante en la primitiva vida eremítica hispana. Es la llamada en alguna ocasión "piedad rupestre", la fascinación anacorética por las cuevas desarrollada a partir de sus implicaciones simbólicas y cosmográficas.
Athanasio de Lobera nos proporciona una magnífica descripción del estado de este tipo de habitáculos en Peñalba a finales del siglo XVI. El testimonio del monje bernardo fue recogido posteriormente casi literalmente por Yepes y Flórez:

"Son cinco [cuevas]. Obrólas naturaleza en una altísima montaña de peña viva. Para subir a ellas no hay más que senda de cabras y son menester sus pies, e irse trabando en las matas, y no mirar abajo por no desvanecerse. Sobre las tales cuevas se levanta la peña tajada, tan alta, que deben ser treinta estados; que, cierto, pone pavor mirarla. Están las bocas de las cuevas al Oriente, que, en naciendo el sol, da en ellas; no mayores que medio estado de hombre, y éstas sirven de puerta y ventana. Dentro son espaciosas y medianamente altas; sus poyos alrededor: al fin no es obra de hombres, sino de naturaleza. Aprovechábanse de ellas los santos monjes en el adviento y cuaresma. Los más viejos en la santa milicia y ya instruidos para bien pelear, como dice nuestro padre San Benito, se retiraban aquí; y con sumo silencio, con yerbas, raíces, disciplinas y oraciones hacías sus advientos y cuaresmas hasta que llegando las pascuas, salían a celebrarlas en los monasterios con sus hermanos".

A mediados del siglo XIX Richard Ford hace alguna nueva alusión a estas cuevas en su "Manual para viajeros por España y lectores en Casa":

"San Fructuoso escogió este lugar a causa de las cuevas naturales que todavía existen, desafiando al destructor, y dan al este colgando sobre el río Silencio, que desemboca en el Orza, y desde allí, por el Valdueza, en el Sil. Estas cuevas son cinco en total, y todavía se llaman la Cuevas del Silencio; en ellas solían los ascéticos monjes pasar su cuaresma, retiro muy propio para anacoretas taciturnos: un camino de cabras monteses conduce a este retiro digno de un San Bruno y tema adecuado para un Salvador Rosa".

En el Diccionario de Madoz estas construcciones son descritas de la siguiente manera:

CUEVAS DE SAN GENADIO. "Están abiertas a pico en peña viva, en un estribo de rapidísimo declive de los montes Aquilianos a 3 leguas de Ponferrada, (prov. de Leon) y junto al nacimiento del río Silencio. Las que hoy se pueden examinar con incomodidad y exposición son 4, aunque su número es mayor. Todas tienen una pequeña puerta hacia el Este y un poyo alrededor, y su figura mas o menos cuadrada. Se asemeja a una celda no muy espaciosa. Créese que las mandó hacer San Genadio, abad de San Pedro de Montes, para retirarse a ellas con otros anacoretas en las temporadas de penitencia. El sitio no podía estar mejor elegido, porque es agreste y espantoso en demasía. El vulgo llama a aquel santo Juanacio, y acude el día de la Natividad de San Juan Bautista a visitar las cuevas, recoger polvo de ellas que suponen específico contra las calenturas intermitentes, y dejar coronas de flores perpetuas o siemprevivas. En las cruces que hay a la entrada de aquellas, para cuya operación es preciso trepar y arrastrarse por entre agudas peñas, asiéndose a débiles arbustos y llevando la vida en peligro, porque la altura es considerable, y está el terreno como el de un tejado". 

 Puente de madera sobre el Oza
De todas estas cuevas, la única hoy en día visitable por el gran público es la denominada por la tradición como "Cueva de San Genadio". De Santiago de Peñalba y los pueblos limítrofes, cuenta Madoz a mediados del siglo XIX que acudían los lugareños a las "cuevas de San Genadio": "el vulgo llama a aquel Santo Juanacio y acude el día de la natividad de San Juan Bautista, a visitar las cuevas, recoger polvo de ellas, que suponen específico contra las calenturas intermitentes, y dejar coronas de flores perpetuas y siemprevivas". Caro Baroja incluía esta práctica entre los ritos relacionados con las hierbas de San Juan, porque de alguna manera el objeto de esta visita era para recoger un producto espécifico.
En la actualidad está muy remozada y alterada, tanto en su disposición interior como en el aspecto exterior. Las reformas fueron promovidas hacia 1899 por el obispo de Astorga, P. Vivente Alonso y Salgago, muy sensibilizado por su estado: "abandonada y hasta profanada". Las intervenciones consistieron en la construcción de un altar, con una imagen de piedra de San Genadio, y el cerramiento exterior con una gran verja de hierro.

Panorámica de Peñalba de Santiago desde la cueva de San Genadio.
La ruta desde el pueblo hasta la gruta supone al caminante un recorrido de unos dos kilómetros, transcurriendo entre los antiguos huertos del pueblo y tierras abandonadas, dedicadas tradicionalmente al cereal. El bucólico trayecto se adentra en lo más profundo del Valle del Silencio. Discurre entre una espesa vegetación regada por el río Oza, que se atraviesa por un pintoresco puente de madera. La ruta concluye al pie de los escarpes rocosos de la Peña Alba, referente geográfico, político y espiritual para toda esta comarca desde la Alta Edad Media.
En la actualidad la cueva está adornada de diversos exvotos, testimonios de la devoción que se manifiesta el día 25 de mayo en la romería que se realiza desde la iglesia de Peñalba de Santiago. Desde la boca de la cueva se divisa el paisaje majestuoso del Valle del Silencio, así como una espectacular vista de la aldea y del templo mozárabe. Esta circunstancia no debió ser ajena, desde luego, a la elección de este estratégico lugar para el retiro de los eremitas.

lunes, 1 de diciembre de 2008

El monasterio de Compludo - La primera fundación de San Fructuoso

Compludo fue el recóndito lugar en el que hacia el año 640 el gran patriarca del monacato leonés, San Fructuoso, fundó el primer monasterio de lo que habría de conocerse como la Tebaida Berciana. La trayectoria de esta fundación, dedicada ya desde sus orígenes a los mártires de Complutum (Alcalá de Henares) Justo y Pastor, puede reconstruirse principalmente a través de la "Vita Fructuosi" y del testimonio de Valerio. Otras fuentes existentes resultan mucho menos solventes, en particular una supuesta donación de 646 del monarca visigodo Chindasvinto y su mujer Reciberga al monasterio.

A finales del siglo IX o principios de la centuria siguiente Compludo fue restaurado dentro del contexto del renacimiento de la vida monástica en la comarca berciana. En el siglo XII debió incorporarse a la iglesia de Astorga, de forma que a partir de entonces desapareció el monasterio como tal y su recuerdo se vio relegado a una simple dignidad del cabildo de la catedral. Los límites de la aldea aparecen ya recogidos con precisión a mediados del siglo XVIII en las Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada:

"A la primera pregunta dijeron que esta población se nombra la villa de Compludo. A la segunda pregunta dijeron que esta dicha villa es del señorío del señor abad de ella [...] A la tercera pregunta dijeron que el territorio que ocupa el término de esta villa es de Oriente a Poniente media legua, y del Norte al Mediodía lo mismo, y en circunferencia legua y media, sus confrontaciones son al Oriente con término del lugar de Carracedo, a la Poniente con término del lugar de Espinoso, al Norte con término del lugar del Acebo, y al Mediodía con término del lugar de Palacios, su figura esta del margen ... A la pregunta veinte y una dijeron haber en esta villa quince vecinos [...] treinta casas habitables, catorce arruinadas y diez y seis establos o caballerizas".

Los capiteles de Compludo en 1966

El corresponsal de Madoz precisa que el término pertenecía a mediados del siglo XIX al partido judicial de Ponferrada y ayuntamiento de los Barrios de Salas, aunque anteriormente había sido "la capital de la abadía de su mismo nombre, jurisdicción antigua compuesta de los pueblos de Compludo, Palacios de Compludo, Carracedo de Compludo y Espinoso también de Compludo". Su iglesia parroquial (San Justo y Pastor), era matriz de Palacios de Compludo, servida por un cura de ingreso, y presentación del cabildo de la catedral de Astorga. También había entonces una ermita dedicada a la Asunción de Nuestra Señora.

El emplazamiento exacto del antiguo cenobio ha venido identificándose con cierto pago situado a kilómetro y medio al sur de la aldea, llamado "Prao de la Iglesia". Durante los veranos de 1956 y 1957 el entonces arquitecto-conservador del Patrimonio Nacional José Menéndez-Pidal Álvarez dirigió unas excavaciones que sacaron a la luz diversas estructuras constructivas. No se difundió el informe de estas catas, pero a través del testimonio del Fray Francisco Flórez Manjarín se atisban algunas de las conclusiones finales. Las estructuras exhumadas se habrían interpretado como "algunas sepulturas de monjes y las estructuras pétreas de la construcción de celdas individuales diseminadas por el valle". También a través de este autor sabemos que eran dos los capiteles que se conservaban en 1966 en la iglesia parroquial de Compludo, junto con una basa ática. Ésta última la encontramos en un edificio, tal vez la casa rectoral, haciendo las veces de basamento de un pie derecho de madera en una fotografía que acompaña la edición del libro "Compludo. Pueblecito leonés con historia", de 1964.

3. Capitel existente en el Museo del Bierzo (Vista 1)

3. Capitel existente en el Museo del Bierzo (Vista 2)
   
Existe una cierta confusión sobre todo esto, pues en varias publicaciones se atribuye a Menéndez Pidal el hallazgo de los restos altomedievales hoy conservados en la iglesia parroquial y en el museo del Bierzo, y tampoco existe acuerdo sobre el número de piezas existentes.

La localización de las piezas altomedievales, o al menos de una parte de ellas, se debe, en realidad, a Gómez Moreno. En su visita a la localidad en 1906-1908 no encontró ningún resto visible del antiguo monasterio en el lugar señalado por la tradición:

"pero, registrando la casa rectoral, llegué a descubrir restos que pudieron alcanzar al tiempo de Fructuoso. Ellos son unas basa ática de mármol con vetas azuladas, para columna de 25 cms. de diámetro, y un capitel, de otra tanta altura y corintio, si bien desarrollado con cierta novedad. Compónese de cuatro primeras hojas, anchas y lisas, piñas intercaladas, otras cuatro hojas iguales encima, hacia los ángulos, y en medio florón y hojillas bien labrados; no tiene collarino. Es buena pieza, bastante original y del mejor arte visigodo".

El texto fue publicado en su Catálogo Monumental de la provincia de León. Este capitel se custodia en la actualidad en el Museo del Bierzo por cesión hecha por la parroquia de la localidad.